“Irse es siempre quedarse un poco”
Darién Giraldo
(Al otro)
El tiempo posa de sabio
y las distancias decapitan el deseo.
Los días son torpes como el sol que los despunta
y agujeros negros se precipitan en la piel.
Uno no es más que sus ausencias,
sus pobres esperanzas de ser habitado.
Uno es una habitación cuyos ruidos
no son siquiera de fantasmas.
Tal vez de roedores o de recuerdos inventados.
Uno se inventó una vida para suponer
que tiene pasado,
que es más que esta podredumbre
que corroe cualquier intento
por invocar la trashumancia.
En medio del poema,
el alma se supone hallada.
De repente podría ser el animal
que renunció a las uvas por amargas
y no por inalcanzables.
Sin embargo,
no hay fábula que resista tanta desolación
tanta ansiedad de renunciar
a lo que nunca estuvo.
Renunciación que es también un ardor
en lo más profundo del pecho,
a la manera de los enamoramientos necios,
a la manera de las falsas historias de amor
tan arrogantes con el tiempo,
tan radicales en las distancias,
tan niños sombríos
que nacieron muertos.